En las últimas semanas, el mundo ha visto con preocupación la voracidad de los incendios que han afectado a todo el oeste de Estados Unidos, dejando en el Estado de California un récord histórico de 810 mil hectáreas consumidas. Noticias como ésta ya no son una novedad, pero sí lo es el aumento en su frecuencia y periodicidad. Es la repetición de estos episodios lo que evidencia las graves consecuencias que tiene, y seguirá teniendo, el cambio climático. Frente a ello, en el debate público nacional e internacional, se ha instalado la necesidad de abandonar los combustibles fósiles y propiciar el ingreso de otras fuentes de energía que no emitan gases de efecto invernadero (“GEI”) a la matriz energética. En este contexto de alerta, junto con energías limpias como la solar, la eólica y la mareomotriz, la energía nuclear también se ha querido presentar como una alternativa, pues una de sus características es precisamente no generar GEI.La discusión sobre la energía nuclear en Chile ha sido propuesta y abandonada rápidamente en el pasado. Lo anterior, entre otras cosas, debido a un razonable temor por los riesgos que significaría implementar plantas nucleares en un país sísmico como el nuestro, así como por la reciente proliferación de las energías renovables. Sin perjuicio de ello, en 2018 la Comisión Chilena de Energía Nuclear (“CCHEN”) realizó una serie de estudios sobre la idoneidad del uso de este tipo de energía en nuestro país, a solicitud del gobierno de la ex Presidenta Michelle Bachelet, el que en su momento evaluó el desarrollo de este tipo de energía en Chile.El estudio titulado “Identificación de barreras institucionales, regulatorias y de mercado asociadas al desarrollo de la núcleo electricidad en mercado eléctrico chileno”, concluye que uno de los grandes impedimentos para el desarrollo de esta energía en Chile es que la CCHEN —órgano regulador de la materia en comento— no satisface las exigencias establecidas por la Convención de Seguridad Nuclear y por la Agencia Internacional de Energía Atómica (“IAEA”, por sus siglas en inglés) para generar una separación efectiva de funciones entre los órganos encargados de promover y fiscalizar el uso de este tipo de energía. Lo anterior se graficaría, por ejemplo, en: la falta de coordinación con otros órganos del Estado, así como con organismos internacionales; la superposición de competencias con entidades ambientales; y, la falta de independencia de su financiamiento, entre otros.En línea con la deficiencia identificada anteriormente, el estudio plantea que el futuro desarrollo de este tipo de energía en nuestro país requeriría la creación de un órgano especializado, coordinado e independiente en su toma de decisiones, capaz de velar por que toda actividad nuclear se realice conforme a estándares que garanticen la protección tanto de las personas como del medio ambiente. Adicionalmente, requeriría de una política y estrategia nacional para resguardar el cierre seguro de las instalaciones, la gestión y eliminación segura de los residuos radiactivos y la gestión del combustible gastado, para lo cual se necesitaría el establecimiento de disposiciones legales, regulaciones, procedimientos y sanciones específicas, que hoy no existen.En el resto de América Latina este tipo de energía tampoco ha logrado proliferar, existiendo solo 7 reactores nucleares. Argentina fue el primer país en desarrollar energía nuclear, contando actualmente con tres reactores nucleares a la fecha (“Atucha I”, “El Embalse” y “Atucha II”), los cuales aportan aproximadamente un 6,3% de la energía total del país. Brasil, por su parte, cuenta con dos reactores (y un tercero en construcción), generando un 3% de la energía nacional. Finalmente, México cuenta con una planta (“Laguna Verde”) con dos reactores nucleares.Sin embargo, a nivel global, en un escenario de crisis, la alternativa de la energía nuclear ha querido reposicionarse, y por ello, resulta interesante revisar el actual debate comparado en esta materia. De acuerdo con la IAEA, en 2018, la energía nuclear produjo alrededor del 10% de la electricidad mundial. Además, históricamente, ha jugado un importante rol en algunas economías avanzadas. En Estados Unidos, por ejemplo, abastece aproximadamente un quinto de su energía nacional, desde 96 reactores nucleares. Francia, por su parte, obtiene aproximadamente el 80% de la generación de electricidad de 58 reactores nucleares.El reposicionamiento de este tipo de energía y su ingreso a nuevas matrices no es fácil. Los desastres ocurridos en Chernóbil y Fukushima otorgan argumentos para una razonable reticencia, pero la necesidad de la descarbonización para enfrentar el calentamiento global ha permitido emprender una campaña que intenta desmitificarla, reposicionarla, e incluso protegerla. En Estados Unidos, ante el auge y competitividad del precio del gas natural, diversos estados —como Nueva York e Illinois— han decidido subvencionar reactores nucleares antiguos y extender su vida útil, precisamente porque su cierre podría implicar un importante aumento en las emisiones de GEI. Ello, por cuanto el gap de energía cubierto actualmente por reactores nucleares podría ser reemplazado por energía proveniente de combustibles fósiles.Lo anterior ha llevado incluso a algunos grupos ambientalistas y partidos políticos —históricamente aversos a este tipo de energía—, a lo menos a replantear su postura respecto al tema. De hecho, en 2020, por primera vez en años, el partido demócrata de Estados Unidos ha sostenido que está a favor de un enfoque de “tecnología neutral”, lo que incluiría todas las tecnologías carbono cero, incluida la energía nuclear existente, como también las nuevas alternativas de generación que presenta esta fuente.Quienes defienden el desarrollo de la energía nuclear, plantean que el crecimiento de las energías renovables —tales como la eólica y/o solar— es insuficiente, en tanto la tasa de construcción de plantas de este tipo es demasiado lenta para reemplazar a los combustibles fósiles. Adicionalmente, afirman que las energías renovables son intermitentes y que por ello impiden dar la confiabilidad de un reactor nuclear, que produce energía las 24 horas del día, sin interrupciones. Finalmente, postulan que los combustibles fósiles han cobrado históricamente más vidas que cualquiera de los desastres asociados a la energía nuclear, por lo que la peligrosidad comúnmente vinculada a este tipo de energía no sería tal.No obstante, en la otra vereda, se ha argumentado que existen fuertes razones contra la proliferación de la energía nuclear, entre ellas: altos costos para construir nuevos reactores y una regulación adecuada para su mantenimiento; preocupaciones de seguridad tanto por los accidentes como por problemas a la salud de la población en general; el uso de agua; y, sobre qué hacer con los desechos nucleares. Este último punto, sin dudas, ha sido el mayor problema, pues los desechos radiactivos pueden estar activos por miles de años, siendo una constante fuente de riesgo para las personas.Países como Estados Unidos y el Reino Unido no han logrado resolver este último dilema. En el primero, luego de décadas y miles de millones de dólares en investigaciones destinadas a definir un lugar para disponer los residuos nucleares (dando cumplimiento a lo ordenado por Ley de Residuos Nucleares), las perspectivas futuras de una disposición permanente siguen sin llegar a puerto seguro. En el segundo, tampoco se ha logrado definir una ubicación adecuada y permanente, pese a los 70 años de historia de energía nuclear en dicho país.Adicionalmente, países como Alemania y Suecia, han decidido abandonar la energía nuclear para hacer una transición hacia energías renovables. Mientras en el caso de la primera, la decisión de abandonar la energía nuclear al 2022 fue tomada luego del accidente de Fukushima, en el caso de Suiza, fue un referéndum de 2011 el que inició ese camino.Sin perjuicio de esto, la industria nuclear no se ha detenido y ha intentado superar sus defectos a través de la innovación tecnológica. Así, por ejemplo, una alternativa que ha surgido en los últimos años, son los reactores nucleares modulares pequeños (“SMR”, por sus siglas en inglés), que se caracterizan por tener un tamaño —tal como indica su nombre— relativamente pequeño; una inversión de capital reducida; y, la capacidad de ubicarse en lugares donde no podría instalarse plantas nucleares más grandes. Este año, la Comisión de Regulación Nuclear de Estados Unidos completó la cuarta fase del primer SMR, diseñado por la compañía NuScale Power, y ha señalado que podría estar operando en 2026.Mientras otras tecnologías avanzan (como el hidrógeno verde, ya tratado en una columna anterior), es posible concluir de lo anteriormente expuesto que la necesidad de desarrollar energías que no produzcan GEI podría traer de vuelta la discusión sobre la energía nuclear. En este contexto, el desarrollo de esta alternativa en nuestro país implicaría considerar tanto sus riesgos como sus beneficios, así como el establecimiento de una eventual institucionalidad, y una correcta, segura y adecuada transición energética. Lo anterior, de la mano de políticas que fomenten la necesidad de disminuir nuestro consumo energético y utilizar de forma eficiente nuestros recursos naturales.
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