Septiembre y octubre son meses cargados de simbolismos, algunos nuevos y otros no tanto. Y junto con esos símbolos, es el momento en que, tras el florecer de los cerezos, llega –cambio climático mediante– la anunciada primavera.
El renacer de la tierra y sus siembras, el viento cálido, el perfume en el aire, la luz tímidamente comenzando a llenar los espacios con persistente voracidad. Esto fue siempre, en la tradición occidental, motivo de regocijo y justificó por tanto la celebración de todo tipo de ritos y fiestas.
Alegría que contrasta con el dolor del invierno y su frío manto. Por sobre todo, la tierra mezquina que poco se deja cosechar (basta ver el contraste entre los frutos que nos entrega el invierno y aquellos que empiezan a aparecer con la primavera).
No es de extrañar entonces que los mitos originarios de nuestra cultura pongan tanto énfasis en el contraste entre el duro invierno y la bella primavera.
En el Himno Homérico a la diosa Deméter –la diosa de la agricultura– (siglo VII a.C), se narra la historia del secuestro de Perséfone, hija de Deméter y Zeus, por Hades, tío de Perséfone, mientras ésta recogía flores. Este rapto, en algo que poco se enfatiza, contó con la aprobación de Zeus, hermano de Hades.
Deméter inicia una búsqueda desesperada de su hija por nueve días, que la llevan a abandonar el Olimpo y rechazar todo tipo de alimentos e incluso a bañarse. Ello, hasta que, tras algunas averiguaciones, Helios, uno de los dos testigos del rapto de Hades, le confiesa el hecho.
Deméter, oculta entre los humanos, adolorida y enrabiada, deja morir a la tierra. Los campos no entregan comida, y personas y ganado empiezan a perecer de hambre. Los dioses pasan a estar privados de sus sacrificios y regalos, lo que es motivo de preocupación entre ellos (el Himno es notable en destacar esto como el principal problema que aqueja a los dioses).
A petición de Zeus, Hermes viaja al inframundo a pedirle a Hades que libere a Perséfone. Hades debe acatar, pero antes de permitirle ascender a reunirse con su madre, le da de comer semillas de granada, con lo cual quedará atada al mundo de los muertos para siempre, convirtiéndose en Reina de los muertos. En la reconstrucción del Himno –un fragmento se encuentra perdido– (Rayor, 1998), Deméter, reencontrada finalmente con Perséfone, le dice a ésta (los paréntesis cuadrados son inserciones modernas):
“Hija mía, ¿no [comiste] ningún alimento [mientras estabas abajo]?
Habla, [no te escondas, para que ambas lo sepamos].
Si no lo hiciste, habiendo venido del [odioso Hades,] puedes vivir conmigo y con tu padre,
[hijo de la nube de tormenta de Cronos,] honrado por todos [los dioses.]
Pero si lo hiciste, volando de regreso [a los lugares ocultos de la tierra,]
vivirás allí una tercera parte [de cada año,]
sino dos estaciones conmigo y con los [otros dioses.]
Cuando la tierra brota con toda clase de fragante
flor en primavera, de la brumosa oscuridad
resucitarás, una gran maravilla para los dioses y los mortales.
¿Cómo te engañó el poderoso Rey de los Muertos?”
Así, Perséfone debe pasar una tercera parte de cada año con Hades y dos tercios con Deméter.
En textos posteriores al Himno, Perséfone pasa en realidad la mitad del año con Hades y la mitad con Deméter, lo que usualmente se ha asociado con el binomio primavera-verano y otoño-invierno. Como sea, incluso en su versión original es claro que la primavera, con sus fragantes flores, refleja la reunión de Perséfone con Deméter*. Así, cuando Deméter llora y se entristece por la ausencia de su hija, la tierra no entrega alimento ni regocijo al ser humano, y el invierno posa su helada mano sobre la tierra. En cambio, el regreso de Perséfone al mundo de los vivos es motivo de alegría no solo para ambas diosas, sino que también para hombres y mujeres, quienes disfrutan de los privilegios y frutos de la primavera.
“Reina Deméter, que traes las estaciones, das frutos resplandecientes,
y tu bellísima hija Perséfone con gusto
conceden un bienvenido sustento a mi canción.
Pero me acordaré de ti y también de otra canción”.
El mito de Deméter y Perséfone ha admitido muchas interpretaciones. La más popular (que proviene del psicoanálisis y que Irene Vallejo relevó recientemente), destaca que quien otorga el alimento (Deméter y Perséfone son consideradas ambas diosas de los alimentos) es al mismo tiempo quien reina sobre los muertos. De hecho, el nombre Perséfone significa “aquella que trae la muerte”. En efecto, Perséfone es también conocida como Kore, la muchacha, aquella inocente joven que fue abducida mientras recogía flores, pero es también la diosa del inframundo, la misma que figura como una poderosa deidad que gobierna incluso con independencia de su marido Hades (véanse por ejemplo La Odisea, Orfeo y Eurídice y Teseo).
Vida, muerte y renacimiento, igual que las estaciones de nuestra Tierra**. Aparece entonces la resurrección, poderoso concepto que acompañará nuestra cultura por milenios.
El amor filial es desde luego, otro aspecto central. El desconsuelo de Deméter por la pérdida de su hija contrasta con la brutalidad de Zeus, quien había aceptado que su hermano –tío de Perséfone– la raptara y transformara en su esposa subrepticiamente y sin su consentimiento. Se oponen la devoción de la madre y la brutalidad del poderoso padre, quien no obstante termina rendido ante las consecuencias que para la humanidad tiene el dolor de Deméter.
Otras interpretaciones destacan, precisamente, el rol de estas dos figuras femeninas en la vida y muerte de los seres humanos, y especialmente la conversión de Perséfone desde una joven sólo conocida en la historia como la hija de Deméter a quien gobierna los destinos del inframundo. El rol femenino es entonces, en este mito, fundamental.
Pero quizás lo que no se destaca lo suficiente –y este septiembre local bien nos lo está recordando–, es que el mito de Deméter y Perséfone es también la enseñanza, siempre presente en la mitología griega, de que los actos de las diosas y los dioses traen consecuencias para los seres humanos, incluso fatales. Pero también y más importante, con su contemporaneidad brutal, nos enseña que incluso los gobernantes más poderosos, aquellos que dictan o que aplican las reglas, deben comprometer sus caprichos cuando los efectos de sus actos los desbordan.
* Nota N°1: hay quienes sostienen que si bien este mito es efectivamente una explicación para el cambio de estaciones, en realidad los tres meses en que Perséfone vive en el inframundo corresponden al verano del hemisferio norte, pues las prácticas agrícolas griegas consistían en enterrar la cosecha en esa época. Si así fuera el caso, esta época correspondería exactamente con el invierno en el hemisferio sur, lo que dotaría al mito de una bella precisión para nuestros lados.
** Nota N°2: La idea de renacimiento como parte del ciclo de la vida contrasta con filosofías helénicas posteriores que veían en la muerte un complemento necesario de la vida, y por lo tanto le daban sentido a esta última en tanto punto final. El memento mori romano recoge esta idea de manera perfecta.