Zarathustra (o Zoroastrus, en griego), es un personaje sólo relativamente histórico. Su fecha y lugar de nacimiento, así como su propia existencia, son debatidas por seguidores, historiadores y estudiosos de las religiones. Se propone incluso que la alusión a este nombre puede ser simplemente la reunión o el último de una serie de maestros que enseñaron en la antigua Persia, en fechas un tanto indeterminadas, pero que la mayoría concede en situar en la mitad del segundo milenio a.c.
El mazdeísmo o zoroastrismo, la religión supuestamente inaugurada por Zaratustra (el nombre occidentalizado que nos ha llegado), es hoy muy pequeña, con sólo unas decenas de miles de seguidores. Más allá de que poco queda del mazdeísmo original en nuestros días, algunas reglas principales, sencillas pero quizás fundacionales de esta religión, conservan una extraña vigencia, aun cuando hayan sido interpretadas de muchas maneras diferentes.
Una pequeña digresión contextual antes de entrar en esas reglas. Zaratustra, o los maestros que enseñaban en Persia en aquellas épocas a sus discípulos, provocaron la primera gran y conocida reacción espiritual frente al politeísmo imperante, que provenía, en ese lugar y momento de la historia, de los territorios que hoy conforman la India y otros circundantes. En rechazo de esa visión, aunque tomando elementos de las religiones indoarias y creencias ya existentes en Persia, el mazdeísmo propuso la existencia de un solo dios y una serie de reglas racionales, de conducta y morales, cristalizadas en el Avesta, colección de lecciones en forma de himnos, que fueron transmitidas de manera oral hasta una primera reedición (aunque de dudosa calidad), publicada bajo el Imperio Sasánida entre el Siglo III y VI de la era cristiana.
En el relato esencial del mazdeísmo, un ser supremo, Ahura Mazda (de allí mazdeísmo), es enfrentado por el demonio Aka Mainyu, y ambos se rodean de otros personajes divinos, aliados a uno u otro, iniciando una lucha cósmica entre el bien y el mal que ha llegado hasta nuestra época. Lo relevante parece ser que la gran difusión que alcanzó el mazdeísmo en Asia Occidental y Central durante varios siglos, habría llegado de manera importante a Grecia, especialmente al pensamiento griego arcaico y a los filósofos presocráticos y socráticos, influenciando a quienes darían origen a la filosofía y pensamiento occidentales. Grecia no sólo estuvo en contacto con los iranios desde antes del Siglo VI a.c., sino que gran parte de los períodos arcaicos y clásicos griegos estuvieron bajo una fuerte influencia cultural persa.
Parece importante resaltar el que los persas usaban el idioma arameo para comunicarse dentro de su imperio, desde mucho antes a su adopción como lengua oficial en el Siglo I a.c. Asimismo, era la lengua materna de Siria y fue adoptada tempranamente por los asirios y otros pueblos mesopotámicos y del levante mediterráneo. De esta manera, parece haberse convertido en lingua franca para muchas naciones bajo la influencia de Persia, lo que podría haber facilitado el influjo cultural del mazdeísmo y de ideas propiamente persas en el pensamiento naciente de otras regiones.
Además, producto de las fuertes semejanzas que pueden encontrarse con los mitos originarios del mazdeísmo (y del uso del arameo en textos fundacionales), es posible afirmar que este influyó fuertemente en las tres religiones abrahámicas. Específicamente, las relaciones y conexiones entre el mazdeísmo y el judaísmo del Segundo Templo han sido estudiadas. Más en general, en el mazdeísmo originario encontramos ya ideas como las del ser humano desterrado de un paraíso, una suerte de Moisés liberador, el diluvio, el redentor, la primera aproximación al cielo y a la vida eterna, la resurreción y el juicio final, el libre albedrío y otras múltiples semejanzas con el judaísmo, el cristianismo y el islam.
Nietzsche fue uno de los principales autores que, a finales del Siglo XIX, trajo de vuelta la memoria histórica de Zoroastro, en su famosa obra Así habló Zaratustra, aunque por razones muy diferentes a las que podría imaginarse. Estrictamente, lo acusa de ser el primer moralista; y, con ello, lo culpa de haber inducido a occidente en la filosofía moral dualista, de la que provienen, según el autor alemán, gran parte de los males de la sociedad occidental. Otros autores fundamentales, a través de la historia, han analizado, estudiado o al menos parecen haber sido influídos por las ideas iranias y el mazdeísmo, entre ellos Heráclito, Parménides, Aristóteles, Platón, Plinio, Pitágoras, Diógenes Laercio, Heródoto, Homero, Hesíodo, en tiempos posteriores Voltaire y El Dante, y hasta autores modernos de la talla del ya citado Nietzsche, Werner Jaeger o recientemente Peter Kingsley.
Pero, más allá de lo relatado –y dejando constancia de que el mazdeísmo original se parece muy poco al actual, y que la enorme cantidad de Gathas o cantos en los que se enseña el mazdeísmo original en el Avesta están escritos en formas muchas veces no del todo comprendidas hasta el día de hoy– existen tres reglas o consejos principales que han atravesado más de 3.500 años casi intactas. Se trata de los imperativos sobre pensar bien, hablar bien y hacer bien (también expresados de otra manera, respectivamente, como buenos pensamientos, buenas palabras y buenos actos, e incluso como verdaderos pensamientos, verdaderas palabras y verdaderas obras). Estas leyes basales del mazdeísmo han enriquecido la imaginación de los autores a través de milenos y decantado en maneras de comportarse casi universalmente aceptadas como positivas desde tres diferentes perspectivas.
A continuación se intenta una reinterpretación contemporánea de las tres reglas mencionadas, con fines simplemente ilustrativos, y sin intentar introducirse en categorías filosóficas, éticas, lógicas u otras que requerirían de un texto muchísimo más largo, y ciertamente de más y mejores conocimientos.
El pensar bien se refiere a un proceso reflexivo de discernimiento, que procura buscar y alcanzar la verdad y el orden. Es una regla de razón y una temprana aproximación al pensamiento crítico. Considerando que Zoroastro enseñaba a sus discípulos para que estos a su vez enseñaran a otros, puede interpretarse este mandato como un importante imperativo racional, y no sólo de naturaleza ética, que prepara el camino para la segunda regla.
El hablar bien puede entenderse de una manera literal y sencilla como corrección en el hablar (que ciertamente debe haber sido muy importante en la época), o de una manera un poco más complicada, esto es, expresarse bien. El hablar bien en este sentido permitiría la mejor transmisión del conocimiento obtenido a través de la primera regla. Siempre pensando en la idea de la educación de los discípulos, letrados que enseñaban de manera oral a muchos que no podían leer, es posible que estemos frente a una estimulación de la lógica argumental, de la retórica y de la persuasión, siempre bienvenidas cuando se trata de convencer y enseñar. Si pensamos bien y nos expresamos bien, entonces estaríamos en mejores condiciones para cumplir con la tercera regla.
El hacer bien puede ser el elemento más complejo. Si bien algunos piensan que debe entenderse como una obligación de hacer buenas obras o actos (good deeds), es posible ir más lejos y separar esta idea en dos. Por una parte, se trataría en efecto de hacer lo correcto, a través de evitar el mal y procurar buenos actos y obras. Por otro lado, también es posible interpretar esta regla en el sentido de hacer bien las cosas, es decir, una manera de conducirse con la prudencia y sabiduría adquiridas por el pensar bien y transmitidas por el expresarse bien. Se trataría entonces de una regla compuesta, por una parte simplemente moral (aunque también conductual) y, por la otra, también de una especie de lex artis universal.
Parece que al final, lo sepamos o no, somos todavía más orientales de lo que pensamos, y las raíces de nuestra orgullosa civilización occidental (y del dualismo de las religiones abrahámicas) puede que se encuentren entre los antiguos iranios, y no sólo en los griegos, pues demasiadas fuentes sugieren la recepción del mazdeísmo y otras ideas iranias de manera muy temprana en diversos lugares del mundo, entre ellos en el mundo griego arcaico y clásico, cuyos autores consideramos de manera quizás demasiado apresurada los únicos fundadores del pensamiento clásico occidental.
Es posible advertir interesantes similitudes entre el mazdeísmo original y el confucianismo primigenio, que decanta a mediados del Siglo I a.c., prosperando en China desde entonces, y que hasta hoy mantiene gran influencia en varios países del Oriente Lejano, pero ello excede el ámbito de estas reflexiones, y debería ser abordado en un nuevo artículo.
(N.d.A. Me he basado en decenas de estudios y artículos de distintas épocas e idiomas, procurando preferir los más serios y completos. Con todo, las discrepancias entre todos ellos son grandes, tanto a nivel histórico como interpretativo. Por lo mismo, he tomado los elementos que considero tienen mejor sustento científico, para construir un relato cuyas afirmaciones reunidas son estrictamente personales, lo que explica la ausencia de citas.)