¿Qué significa hoy, en esta era en la que la técnica desafía las fronteras de la naturaleza humana; en esta sociedad líquida y liviana en la que estamos inmersos; en este mundo impaciente, transparente y donde casi todo se ha vuelto desechable; ser (o convertirse en) padre?
Quién sabe. O más bien, cada quién podrá intentar elucidar una explicación. Lo relevante, como enseña la filosofía y pone de relieve la nueva edición revisada, actualizada y ampliada del ensayo El gesto de Héctor, traducida al español por Taurus (la edición original, en italiano, es del año 2000), es hacerse la pregunta y llevarla a sus extremos, e intentar avistar algo así como una respuesta. Quizás, por los tiempos que –literalmente– corren, nunca ha sido más pertinente efectuar este ejercicio en relación con la paternidad y, por eso, la nueva versión de este penetrante ensayo del escritor, psicoanalista y sociólogo italiano Luigi Zoja llega a muy buen tiempo.
Zoja parte de la idea de que, a diferencia de la maternidad –que tiene una vinculación y funcionalidad natural inherente en los actos de alumbramiento, amamantamiento, etc. y, por ende, exhibe una cierta continuidad que se eleva por sobre las vicisitudes de la evolución histórica de la humanidad (sin perjuicio de que la técnica parece, también, estar dejando atrás esta idea)–, la paternidad sería un rol primariamente cultural, construido desde los complejos entramados que organizan nuestras sociedades que, como es obvio decirlo, son susceptibles de –y de hecho sufren– mutaciones radicales de tanto en tanto.
La búsqueda del ensayo es la del arquetipo del padre en nuestra tradición clásica occidental, pues, como agudamente plantea Zoja, para darle sentido a esa sensación de vacío que rodea a la paternidad postmoderna es vital reconocer lo que hemos perdido y nos ha dejado perplejos: la noción de que la paternidad se constituye por la opción de llevar a cabo gestos que proyectan al hijo o la hija hacia la vida adulta. Con ese objetivo en mente, el libro examina el rol paterno en los protagonistas masculinos de las epopeyas de Homero –la Ilíada y la Odisea– y Virgilio –la Eneida–.
La tesis principal es que el arquetipo del padre es aquel que elije elevar al hijo o hija, en hacer del niño un hombre y de la niña una mujer. En definitiva, en proyectarlos simbólicamente hacia el futuro; ello, a través de tomar la opción de ejercer o adoptar este rol de padre a través de gestos, los cuales se finalmente se traducen en una miríada de rituales culturalmente reconocidos como propios de lo paterno. Esto se ve, utilizando el ejemplo que da origen al título del ensayo, en Héctor, quién en un pasaje particularmente emotivo de la Ilíada, deja de lado las armas y su rol de guerrero y principal defensor de la ciudad (lo material), para adoptar el íntimo rol de padre, alzando (real y simbólicamente) a su hijo y rogándole a los dioses que, en tanto adulto, lo sobrepase en calidad moral y alcance la gloria –el más alto honor al que alguien podía aspirar–.
¿Pero vemos este arquetipo en nosotros? Sin duda, una cierta idea de elevación sigue estando latente en el padre actual, pero parece que ésta se ha ido deformado hasta volverla casi irreconocible. Y ello puede ser triste, pero no es sorprendente. ¿Cómo podría la función de elevación o proyección simbólica desplegarse en un mundo extremadamente individual, que glorifica la autosuficiencia y rechaza la ritualidad personal y comunitaria como el signo de una época premoderna que es mejor dejar atrás de una buena vez? Así, no es extraño –pero sí dramático– que lo paterno parezca haberse reducido a lograr que el niño y la niña puedan ser entrenados en una institución educativa de elite que les asegure un buen trabajo y una buena paga. ¿Pero eso es todo? ¿Nada más se espera del padre?
Si nos limitamos a entregar esos objetivos puramente materiales, ausentes de lo simbólico (que sigue latiendo dentro de nosotros, que duda cabe), si nos saltamos los ritos, los gestos, seremos víctimas de este aspecto de nuestra particular época y viviremos una paternidad dormida, desprovista de autoridad moral y, al final, de sentido. Y dejaremos a hijos e hijas sin padres, al enterrarlos entre cosas materiales antes que elevarlos o proyectarlos. Urge, entonces, despertar para ir en la búsqueda retrospectiva de un sentido de la paternidad más profundo. El gesto de Héctor puede ser un buen despertador y, al mismo tiempo, una buena brújula para andar ese camino.